Las ordenes mendicantes surgen a finales del siglo XII y principios del XIII, en un contexto marcado por una sociedad feudal, clasista, estructuralmente injusta y desigual pese a ser muy cristiana y bautizada... Una sociedad que busca el progreso y el desarrollo, pero que desafortunadamente sólo algunos sectores muy reducidos son quienes disfrutan de los frutos de este árbol.
Algunos miembros de la Iglesia, por su parte se miran a sí mismos y se dan cuenta que no son la excepción en ese ambiente que huele a podredumbre, a intereses personales, a ambición de poder y acumulación de riquezas; es así que surgen algunos grupos con la intención de vivir una fuerte experiencia espiritual y lo hacen en forma de una comunidad, bajo las respectivas acreditaciones de la jerarquía de la Iglesia.
Estos grupos nacientes quieren ser esa Iglesia pobre que a ejemplo de san Francisco de Asís denuncian el aburguesamiento y las riquezas excesivas con su estilo de vida. Éstos vivirán, en un primero momento de las dádivas de la gente del pueblo.
Dedicados al estudio, a la oración y a la contemplación pronto alcanzaron el perfil de los grandes maestros. Con el tiempo, gracias a las limosnas que la gente les ofrecía instalaron algunas escuelas para la formación y divulgación de la cultura.
Estos hombres, pioneros de las órdenes mendicantes dejaron la soledad del campo o del desierto y se quisieron instalar en medio de las ciudades con el fin de estar cercanos a los hombres y sus problemáticas reales.
Las principales órdenes mendicantes son: Los Franciscanos (fundados en 1209 por San Francisco de Asís), Los Dominicos (cuyo fundador fue San Ignacio de Loyola), Los Agustinos y Los Carmelitas.
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