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A continuación se desglosa a grosso modo la intervención de tres de los grandes y más importantes fundadores del monacato, los también conocidos Padres del Desierto: San Pacomio, San Agustín de Hipona y San Benito.
Monacato en Egipto...
San Pacomio, fundador del cenobitismo, fue hijo de padres paganos, descubrió en el cristianismo un camino de amor y de servicio a los demás, decidió vivir una vida anacoreta, es decir, separada de la sociedad, es así que se retiró al desierto; con el tiempo, decidió recibir en su residencia a algunos discípulos deseosos de seguir su ejemplo especial de entrega a Dios, pasó entonces de la soledad a la vida comunitaria, compartida con otros hermanos.
Este santo quiso una koinonía como la primera comunidad de los Hechos de los Apóstoles, para ello fundó la vida en comunidad basada en tres pilares: 1. Que se tuviera todo en común, 2. La entrega a un apostolado y, 3. Que todos permanecieran fieles a una Regla de vida. Además, Pacomio estableció como principios fundamentales la obediencia, el trabajo y la oración. El “Monasterio blanco” llegó a tener hasta 2200 varones y 1800 monjas bajo la Regla planteada por Pacomio.
En tierras africanas...
San Agustín, llevaba una vida desordenada, pero en Milán, tras oír la elocuente prédica de San Ambrosio se convirtió y con ello su vida toda. Posteriormente, fue ordenado sacerdote y, dada su entrega más tarde fue nombrado Obispo de Hipona. Él buscaba a Dios, pero se dio cuenta que ni la bebida, ni la comida, ni la mujer, ni la riqueza le enseñaban el camino, sino la perfecta unión del alma con el cuerpo.
Este hombre, llamado al encuentro con Dios, plantea tres principios que permiten esa unión con el Supremo Creador:
En territorio italiano...
Algunas fuentes nos hablan de la presencia de monacato en Italia desde la 2a mitad del siglo IV por impulso de San Atanasio; uno de los principales personajes que sostienen este hecho es San Jerónimo, el traductor de la Biblia Vulgata al latín.
San Benito de Nurcia al igual que San Agustín se siente fuertemente atraído por la vida de las primeras comunidades cristianas, pero tiene dos tentaciones latentes que le impiden seguir su ideal, primero haber recibido una formación mundana y segundo que sostenía relaciones con una mujer pícara.
Hacia el año 500 Benito, fuertemente motivado por seguir al Señor, se interna en el monasterio, donde sufre de tristeza y de las tentaciones del diablo, pero al mismo tiempo va creciendo en santidad y algunas señales milagrosas se van manifestando en él. El gran mérito de San Benito es la Regula Monacorum que al parecer, toma elementos muy importantes de las reglas anteriores planteadas por Pacomio, Basilio y Agustín.
San Benito sintetiza su regla monástica en tres puntos: 1. La permanencia de por vida en el monasterio, 2. La fraternidad evidenciada en el servicio el monasterio es la casa donde se aprende a servir, y 3. Su máxima Ora et labora, una santificación del monje a través no sólo de la oración, sino también del trabajo.
San Pacomio, fundador del cenobitismo, fue hijo de padres paganos, descubrió en el cristianismo un camino de amor y de servicio a los demás, decidió vivir una vida anacoreta, es decir, separada de la sociedad, es así que se retiró al desierto; con el tiempo, decidió recibir en su residencia a algunos discípulos deseosos de seguir su ejemplo especial de entrega a Dios, pasó entonces de la soledad a la vida comunitaria, compartida con otros hermanos.
Este santo quiso una koinonía como la primera comunidad de los Hechos de los Apóstoles, para ello fundó la vida en comunidad basada en tres pilares: 1. Que se tuviera todo en común, 2. La entrega a un apostolado y, 3. Que todos permanecieran fieles a una Regla de vida. Además, Pacomio estableció como principios fundamentales la obediencia, el trabajo y la oración. El “Monasterio blanco” llegó a tener hasta 2200 varones y 1800 monjas bajo la Regla planteada por Pacomio.
En tierras africanas...
San Agustín, llevaba una vida desordenada, pero en Milán, tras oír la elocuente prédica de San Ambrosio se convirtió y con ello su vida toda. Posteriormente, fue ordenado sacerdote y, dada su entrega más tarde fue nombrado Obispo de Hipona. Él buscaba a Dios, pero se dio cuenta que ni la bebida, ni la comida, ni la mujer, ni la riqueza le enseñaban el camino, sino la perfecta unión del alma con el cuerpo.
Este hombre, llamado al encuentro con Dios, plantea tres principios que permiten esa unión con el Supremo Creador:
- La interioridad porque en ella reside la verdad,
- Un solo corazón y una sola alma hacia Dios, donde hace evidente que la comunidad es consecuencia de la vida interior, destaca de igual forma que la misión del Superior no es sólo la de corregir, sino también consolar y ser paciente con los hermanos.
- El servicio a la Iglesia, él dice que si es necesario se debe dejar la contemplación para ir a servir a los hermanos.
En territorio italiano...
Algunas fuentes nos hablan de la presencia de monacato en Italia desde la 2a mitad del siglo IV por impulso de San Atanasio; uno de los principales personajes que sostienen este hecho es San Jerónimo, el traductor de la Biblia Vulgata al latín.
San Benito de Nurcia al igual que San Agustín se siente fuertemente atraído por la vida de las primeras comunidades cristianas, pero tiene dos tentaciones latentes que le impiden seguir su ideal, primero haber recibido una formación mundana y segundo que sostenía relaciones con una mujer pícara.
Hacia el año 500 Benito, fuertemente motivado por seguir al Señor, se interna en el monasterio, donde sufre de tristeza y de las tentaciones del diablo, pero al mismo tiempo va creciendo en santidad y algunas señales milagrosas se van manifestando en él. El gran mérito de San Benito es la Regula Monacorum que al parecer, toma elementos muy importantes de las reglas anteriores planteadas por Pacomio, Basilio y Agustín.
San Benito sintetiza su regla monástica en tres puntos: 1. La permanencia de por vida en el monasterio, 2. La fraternidad evidenciada en el servicio el monasterio es la casa donde se aprende a servir, y 3. Su máxima Ora et labora, una santificación del monje a través no sólo de la oración, sino también del trabajo.
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