Teología ¿…y sociedad? Sobre las implicaciones sociales de la Teología


Por: Angel David Arias.

¿Es posible que la Teología le hable a la sociedad? ¿O en su defecto debería dedicarse exclusivamente a “las cosas de Dios”?

 

Desde una perspectiva integral e integradora, la altura de las circunstancias actuales exige que las ciencias, filosofías y en general todo discurso, si quiere ser relevante, deba hacer un esfuerzo interdisciplinar que le permita dialogar con el mundo.

 

La Teología cristiana, por su parte, no queda al margen de esta exigencia. Al fundarse en Cristo Jesús como el “Dato Revelador” por excelencia, al meditar en su modo de vida, palabras, signos, obras y postura ante las distintas realidades históricas que enfrentó, tiene entre sus manos abundante materia prima como para pronunciar un discurso siempre vigente y dialogante con las realidades contemporáneas.

 

La Teología, “ciencia sagrada”, es sin embargo una “ciencia” que ilumina “lo profano”; de hecho, la encarnación misma del Hijo de Dios supone ya el modus operandi de la Teología, porque Cristo, al encarnarse en esta tierra y en esta historia, llevó a cabo el deseo de Dios: entablar una relación de recíproca comunicación entre la divinidad y la humanidad.

 

La Teología –y los teólogos– juegan un papel instrumental de peculiar importancia porque que nos ayudan a interpretar los signos de los tiempos, a encontrar la presencia salvadora de Dios, a desenmascarar a los ídolos de nuestro tiempo y a liberar al hombre de la servidumbre a ellos rendida. Desde esta óptica, la función de la Teología es sagrada a la vez que profana; divina a la vez que antropológica; individual cuando estimula la relación unipersonal del hombre con su Creador, a la vez que social, cuando una colectividad de personas convocadas por Dios adquieren un rostro propio, el de una comunidad elegida donde todos son radicalmente iguales, hijos de un mismo Padre, hermanos en la fe.

 

Las tareas de la Teología son muchas, pero todas ellas buscan anunciar con gozo la salvación de Dios, que es siempre buena noticia, una luz de esperanza frente a los límites, problemas, tragedias y sinsabores.

 

Carácter profético

No hay Teología sin profecía. No podemos concebir la “ciencia sagrada” como un simple paliativo ante los sufrimientos humanos, el quehacer teológico exige continuamente la denuncia. La Voz de Dios que impulsó a los profetas a levantar sus voces, en el fondo intentan responder a los desafíos, cuestionamientos y problemas de los hombres y mujeres de cada tiempo y de cada época histórica.

 

El sentido crítico de la Teología cristiana hunde sus raíces en el modus operandi de Dios Trino y Uno. Los estudios teológicos, o mejor dicho, el fruto de la contemplación, inspira el quehacer teológico y nos permite conocer la voluntad del padre, nos indica los caminos que hemos de tomar en obediencia, según la promesa misma de su Espíritu.

 

Jesucristo, el Revelador del Padre necesariamente es para la Teología punto de partida y de llegada. El Evangelio que él predicó con palabras y obras no tuvo el propósito de ilustrar la mente de sus oyentes, sino que se orientó directamente a sus corazones y exigió de ellos la conversión, no a nivel de ideas, sino de sentimientos profundos, actitudes, modos de vida.

 

La praxis social de Jesús

El lector atento de los evangelios reconoce de inmediato que no es preciso concebir a un Jesús indiferente ante situaciones como la pobreza, la miseria, el pecado social-estructural, la violencia, la desigualdad, la injusticia, la violación de los fundamentales derechos humanos la marginación, el dolor, la falta de humanidad… Jesús no permaneció callado ni se mostró insensible ante la corrupción de las instituciones religiosas y sociales de su tiempo.

 

La persona misma de Jesús, por su modo de pensar, actuar y vivir significó una verdadera molestia para aquellos que se creían los “señores del mundo” y que con su modo de vida no reconocían que hay un Único Señor, Dios. La Teología –hemos dicho, bebiendo siempre de su fuente que es Cristo– en continuidad y consonancia con su fundamento no puede renunciar a la misión que le es encomendada por la fuerza del Espíritu Santo.

 

¿Qué haría Jesús en mi lugar? Esta es una pregunta bastante trillada y hasta a veces ridiculizada en “ambientes de Iglesia”, que, sin embargo condensa grandemente la metodología tan propia del teólogo: intentar iluminar la realidad desde Dios, desde el Evangelio, a la luz del Espíritu Santo.

 

En este sentido, el Papa Francisco en su Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium pedía a los teólogos que no se contentaran con una “teología de escritorio” (Cfr. Evangelii Gaudium 133), de manera que sus esfuerzos no estuvieran encaminados en la elaboración de preciosos documentos, magistrales y dignos del honor academicista que fueran a parar campantemente a un librero, sino que, ante todo, pudieran verdaderamente iluminar y acompañar al Pueblo de Dios que desea conocer su voluntad. En esta breve pero consistente alocución recuerda además, que la investigación teológica es un servicio que forma parte de la misión salvífica de la Iglesia.

 

 

Latinoamérica y su teología

En la historia más reciente, la “Teología Latinoamericana” es quizá el intento más audaz que algunos teólogos han encabezado con el fin de entablar una conversación alturada entre sociedad e Iglesia. Esta corriente teológica, partiendo de la experiencia de liberación obrada por el Dios de Israel (“He visto la humillación de mi pueblo…” - Ex 3,7) ha descubierto que Dios se revela a los pobres en la historia con palabras y hechos salvadores, motivo por el cuál han comprendido que toda teología tiene y debe tener significatividad histórica.

 

Contemplando la praxis liberadora de Jesús contra todo orden social injusto, se preguntó si acaso la salvación de Dios se da en esta historia o es solo una categoría teológica que nos remite a la otra vida?

 

Las cruces del Pueblo Latinoamericano, su conflictos sociales y políticos, la miseria en que se encuentran las mayorías, orillaron a los teólogos latinoamericanos a preguntarse cómo hablar del amor de Dios y de la salvación en medio de situaciones tan desesperanzadoras y tristes.

 

Esta Teología, latinoamericana, con sabor amargo a realidad, no se resignó al caer en el desencanto, sino que aferrándose a las promesas de salvación, hicieron un esfuerzo para (re)comprender nuestra misión como Iglesia frente a hechos brutales como la esclavitud y pobreza de las mayorías, descubriendo que es deber nuestro brindar un acompañamiento liberador como producto del testimonio cristiano que la Iglesia está llamada a dar en el mundo: “Lo que hiciste a ellos, a Mí me lo hiciste” (Mt 25,40).

 

Esta Teología, quiso percatar a la Iglesia una realidad dolorosa: el rico epulón se olvidó de su hermano, el fariseo pasó de largo, el escriba fue indiferente, el buen samaritano, sin embargo, sintió compasión al ver la situación de aquél hombre herido y lo ayudó. Los postulados de esta Teología, dialogando con las realidades políticas y sociales latinoamericanas, hizo un fuerte llamado a la Iglesia continental para hacer algo ante el clamor de tantos pueblos crucificados y obligados al martirio, denunció que la Iglesia no tiene el derecho a quedarse de brazos cruzados ante el sufrimiento opresor causado por las estructuras de injusticia y sus instituciones.

 

Gustavo Gutiérrez, Leonardo Boof, Hugo Asmann, Segundo Galilea, Mons. Oscar Romero, Ignacio Ellacuría, Sergio Mendez Arceo, Mons. Pedro Casaldáliga, Juan Luis Segundo, Miguez Bonino, Raul Vidales, Jon Sobrino o Dom Helder Cámara son algunos de estos teólogos que, aguerridamente abrieron una puerta no solo al diálogo entre Iglesia y sociedad latinoamericana, sino también a la persecución política, social, académica y hasta eclesial.

 

Quisiera cerrar esta breve alocución recordando las palabras de don Sergio Méndez Arceo, un obispo mexicano, quien delineaba justamente el papel de la Iglesia, así como el carácter profético de la teología que hemos tratado de esbozar: “El evangelio ha de ser buena noticia y esperanza para lo pobres, exigencia de conversión para los ricos y hasta maldición si no cambian”.

 


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